Cada 10 de octubre se conmemora el Día Mundial de la Salud Mental, una fecha que nos lleva a reflexionar sobre los factores que deterioran el bienestar psicológico. En el Perú, la inseguridad ciudadana se ha convertido en uno de los mayores detonantes.
El miedo se ha convertido en parte de la rutina diaria de la mayoría de los peruanos. Robos, extorsiones y asesinatos se han vuelto tan comunes que la población ha normalizado el temor. De acuerdo con diversas encuestas, ocho de cada diez ciudadanos admiten vivir con miedo. Detrás de esa cifra se esconde un problema silencioso pero profundo: el deterioro de la salud mental.
Según datos del Instituto Nacional de Salud Mental, los casos de ansiedad, insomnio y estrés postraumático han aumentado de forma sostenida, especialmente en las zonas urbanas del país. Se estima que entre el 30% y el 40% de los episodios de ansiedad y estrés están vinculados a experiencias de victimización o a la percepción permanente de peligro, lo que convierte a la inseguridad en un factor de riesgo para la estabilidad emocional.
Hipervigilancia y agotamiento emocional
Uno de los síntomas más característicos de este contexto es la hipervigilancia, que consiste en mantenerse en constante estado de alerta ante una posible amenaza. Este patrón psicológico afecta especialmente a las mujeres jóvenes y se traduce en cansancio mental, irritabilidad y dificultad para concentrarse.
El miedo ha cambiado nuestra manera de vivir. “Caminar con el celular en la mano o dejar jugar a los niños en el parque se ha convertido en un lujo en el Perú”, comentó el psicólogo Manuel Saravia en una reciente entrevista para Latina, al describir cómo el temor ha restringido la vida social y familiar.
Ante la sensación de vulnerabilidad, muchas familias han reforzado la seguridad en sus viviendas –con rejas, cámaras y cerca eléctricas- buscando disminuir el riesgo de ser víctimas de delitos. Sin embargo, los especialistas advierten que estas medidas no reducen el impacto psicológico del miedo, que continúa presente incluso en entornos seguros.
Cuando el cuerpo también sufre
El impacto de la inseguridad no se limita a la mente. La psiquiatra del Ministerio de Salud, Natalia Acurra, explicó que el estrés prolongado puede manifestarse físicamente a través de problemas para dormir, alteraciones en la alimentación, sudoración de manos, palpitaciones o dolores de cabeza.
“El estrés se hace visible incluso cuando solo se piensa en situaciones de peligro, aunque no exista una amenaza inmediata en el entorno”, manifestó la especialista para Latina. Este estado de tensión constante puede, además, aumentar el riesgo de enfermedades cardiovasculares o digestivas, evidenciando la conexión entre salud mental y bienestar físico.
Los recientes casos de secuestros y extorsiones en Lima y Trujillo, así como el reciente ataque armado en un concierto de cumbia han profundizado la percepción de vulnerabilidad colectiva. La inseguridad ya no distingue regiones ni clases sociales: afecta a ciudadanos de todo el país, generando un estado de alarma que modifica rutinas, reduce la interacción social y debilita la confianza entre las personas.
La exposición constante a noticias violentas también contribuye al deterioro emocional. Al reforzar la sensación de peligro, los medios y las redes sociales pueden intensificar el estrés y la ansiedad colectiva, creando una sociedad que vive en estado de alerta permanente.
Cuidar la mente, una forma de protección
En el marco del Día Mundial de la Salud Mental, los especialistas hacen un llamado a reconocer el impacto de la inseguridad en la vida emocional y a buscar ayuda profesional ante síntomas persistentes de miedo, ansiedad o insomnio.
Fortalecer los servicios de salud mental comunitarios, ampliar el acceso a atención psicológica y promover espacios seguros de convivencia son medidas urgentes que hacen falta y que el Estado debe priorizar para enfrentar el avance de este grave problema.