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Vacuna contra la COVID-19 no modificará tu ADN ni te causará autismo | Mitos y verdades

Rumores, fake news y mentiras han causado pánico, confusión y desconfianza ante las soluciones que la ciencia ha encontrado al coronavirus. En esta nota aportamos fuentes e información verificada.

Jorge Luis Cruz   |
A través de redes sociales ha circulado información falsa y sin sustento igual de rápido (o más) que la evidencia científica (Foto: A Tu Salud).
A través de redes sociales ha circulado información falsa y sin sustento igual de rápido (o más) que la evidencia científica (Foto: A Tu Salud).

La segunda ola de desinformación parece lejana, porque aún continuamos sumergidos en la primera. Desde que comenzó la pandemia de la COVID-19 a principios de año, los grupos antivacunas y los productores de fake news han intensificado sus campañas para desacreditar toda la información científica sobre la pandemia. Para combatir este mal y desbaratar algunos mitos populares, convocamos a fuentes y voces autorizadas de todo el mundo.

1. Mito: las vacunas causan autismo en niños

Realidad: un estudio publicado en 1998 por la revista científica The Lancet planteó una supuesta relación entre la vacuna triple vírica (sarampión, paperas y rubéola) y el autismo. Poco después, se demostró que la información era fraudulenta, lo que obligó a la revista a retirar la publicación y a disculparse por haber permitido su publicación. Nada de eso fue suficiente: cada vez son más las personas que creen en esta idea.

Como indica la Organizaci´ón Mundial de la Salud (OMS), no existe ninguna prueba de una relación entre las vacunas y el autismo. Ninguna. Muchas investigaciones han coincidido en esto. Una de los más recientes estudios se realizó en Dinamarca entre 600 mil niños. El resultado fue el mismo: no se halló evidencia alguna que sostenga la teoría de que las vacunas son dañinas. Los resultados fueron publicados en la revista Annals of Internal Medicineen abril de 2019.

2. Mito: las vacunas no son seguras y causan efectos secundarios

Realidad: todas las instituciones y autoridades médicas del mundo coinciden: las vacunas son seguras. Antes de ser aprobadas pasan por rigurosas pruebas en diferentes fases de ensayos clínicos, además de que siguen bajo evaluación una vez que comienza su comercialización.

Debido al auge de los movimientos antivacuna, han aumentado los casos de sarampión en el mundo. A principios de 2019, se reportaron en Europa 83 mil casos de esta enfermedad, casi tres veces más que en el mismo periodo del año anterior, reportó la OMS.

“Aunque una sola lesión grave o muerte causada por las vacunas ya son demasiadas, los beneficios de la vacunación superan largamente los riesgos, y sin vacunas habría muchos más casos de enfermedad y muerte”, indica la organización en su página web.

“Debido a la desinformación y a las fake news, muchas personas se han hecho daño al automedicarse con productos químicos o tóxicos o medicamentos peligrosos. (...) Aún la vacuna más eficaz fracasará si el público no confía en ella”. Tedros Adhanom Ghebreyesus, director de la OMS.

3. Mito: la vacuna modificará nuestro ADN

Realidad: la nueva vacuna de Pfizer/BioNTech, como otras en desarrollo, usa fragmentos del material genético de la COVID-19 (o ARN mensajero). Esto ha disparado un mito que relaciona la aplicación de la vacuna con un cambio en el ADN de cada persona.

Distintos especialistas nacionales e internacionales han desmentido este rumor, que no tiene ningún sustento científico ni antecedente. "El inyectar ARN a una persona no cambia nada del ADN de una célula humana", dijo al medio británico BBC el profesor Jeffrey Almond de la Universidad de Oxford. Lo que sí provoca en el sistema inmune de cada persona es que aprenda a reconocer y producir anticuerpos contra la proteína que reproduce el virus.

En su más reciente columna en El Comercio, el doctor Elmer Huerta también aclaró este tema: “La vacuna mRNA no penetra al núcleo celular, por lo que no puede cambiar el ADN y, por lo tanto, no nos convierte en organismos genéticamente modificados como dicen las falsas noticias promovidas por grupos antivacuna”.

4. Mito: Bill Gates quieren implantarnos un chip junto a la vacuna

Realidad: acaso esta es la fake news más extravagante de esta pandemia, pero también una de las más difundidas. ¿Cómo nació? En marzo de este año, Bill Gates participó de una ronda de preguntas sobre la COVID-19 en Reddit.com. En aquella oportunidad dijo: “Eventualmente, tendremos algunos certificados digitales para mostrar quién se recuperó o se hizo la prueba recientemente o cuando tengamos una vacuna: quien la recibió".

Gate habló de “certificados digitales” en los registros médicos de cada persona, pero nunca de inyectar microchips a nadie. La declaración fue tergiversada hasta convertirse en una mentira recurrente entre algunos antivacunas y personas dadas a creer toda clase de teorías conspirativas. ¿Pero es realmente posible que se nos implante un chip?

Las autoridades médicas del mundo y diversos especialistas se han cansado de repetir que eso es falso. Sin embargo, una de las mejores explicaciones del tema la elaboró Jane C. Hu, una periodista estadounidense especializada en temas científicos, en un artículo publicado en Slate.com.

Hu comenta que no existe tecnología capaz de inocular un microchip con Wifi en el cuerpo humano y que una operación de este tipo caudaría daño por envenenamiento, muy probablemente mortal. Además, que un elemento electrónico de este tipo no puede funcionar eternamente, lo que obligaría a cada persona a cargarlo. Algunas personas sostienen que esa tecnología ya se usa en mascotas. Chu aclara que si bien en algunos animales se implanta un chip con información básica, como el número de teléfono del dueño, solo se puede acceder a él si se le lleva a un veterinario y que este no emite señal a ningún satélite o central.

No hay que bajar la guardia

La vacuna no es la única solución para vencer un virus. En la actual pandemia, es importante mantener el uso de la mascarilla fuera de casa, conversar la distancias social, evitar los espacios cerrados y lavarse las manos de manera frecuente.